«prohíbe» se escribe con tilde en la i y no [prohibe]

Prohíbe (con tilde en la i), y no prohibe (sin acento en la i), es la grafía adecuada de esta forma del verbo prohibir, conforme explicado en la página de la Fundación de la Lengua Española. Veamos la explicación dada:

Prohibido prohibir – Nuestro blog de español

En los medios de comunicación es habitual encontrar frases como «Austria prohibe el burka en pleno debate migratorio», «Este fin de semana se cumplen 10 años desde la ley antitabaco británica que prohibe fumar en casi todos los espacios públicos cerrados» o «Egipto prohibe a los homosexuales salir en medios de comunicación». (Destaque nuestro).

Tal como señala la Ortografía de la lengua española, una vocal cerrada tónica (i, u) seguida o precedida de una vocal abierta (a, e, o) forma hiato y lleva siempre tilde sobre la vocal cerrada, incluso si existe una hache intercalada y con independencia de las reglas generales de acentuación: día, reír, prohíbe, búho, prohíja, cohíbo, caída

Aunque esta norma suele aplicarse adecuadamente, cuando en la palabra aparece una hache entre vocales es común dudar. La norma académica establece ya desde 1956 que la presencia de una hache no afecta a la acentuación del hiato, por lo que se escribe con tilde búho (igual que dúo) o vahído (igual que caído).

Así pues, en los ejemplos iniciales lo apropiado habría sido escribir «Austria prohíbe el burka en pleno debate migratorio», «Este fin de semana se cumplen 10 años desde la ley antitabaco británica que prohíbe fumar en casi todos los espacios públicos cerrados» y «Egipto prohíbe a los homosexuales salir en medios de comunicación». (Destaque nuestro).

Tomado de:

«“prohíbe”, con tilde en la i, no “prohibe”». 2019. FundéuRAE | Fundación del Español Urgente (FundéuRAE) <http://www.fundeu.es/recomendacion/prohibe-con-tilde-en-la-i-no-prohibe/> [Accedido: 7 de octubre de 2017].

Vea también:«FundéuRAE». [s. f.]. Fundeu.es (FundéuRAE) <https://www.fundeu.es/dudas/palabra-clave/prohibir/> [Accedido: 7 de octubre de 2017].

El diccionario de la lengua española y la mujer

Can Fashion Be Feminist? | InStyle

Foto: https://graziamagazine.com

Haga usted un experimento: busque una palabra no solamente en un diccionario, sino en muchos distintos. Lo que hallará lo sorprenderá.

Yo mismo lo hice hace poco. Le seguí la pista a la palabra mujer, que — no hace falta decir — está sobrecargada de significado. Desarrollé este experimento en orden regresivo, del diccionario más usado en la actualidad al más polvoriento.

Primero fui al Diccionario de la lengua española, que es algo así como un instrumento evangelizador en el mundo hispánico. La edición a la que acudí es de 2001. Dice, entre otras cosas, que mujer es una “persona del sexo femenino”.

Hoy esta definición parecerá sensata a la mayor parte de los usuarios. Se ajusta más o menos a los lineamientos culturales de nuestra sociedad. Pero hay quien se siente incómodo y tengo prueba de ello. Hace unos días se la mostré a un grupo de estudiantes de entre 18 a 22 años. Casi todos estaban inconformes.

Propusieron una definición alternativa: “Persona que por sí misma se identifica con el sexo femenino”. Argumentaron que en el presente entendemos la sexualidad como un atributo biológico y también como una dimensión cultural. Uno no nace mujer sino que se hace o elige serlo. Es decir, el sexo es una construcción social. Las personas transgéneros optan por pertenecer a un sexo u otro.

Esa actitud es muestra de cómo los diccionarios están atrapados irremediablemente en su época. En sus páginas cabe toda la lengua. Vamos a ellos en busca de exactitud. Pero la exactitud de ahora es la inexactitud de mañana. Las expresiones que nos ofrecen son de quienes las hacen y, como anunciaba José Ortega y Gasset, cada uno de nosotros es en sí mismo y en su circunstancia. No es improbable que en la próxima edición del DLE se introduzcan cambios, no importa cuán sutiles sean.

Mi aventura me llevó a otros diccionarios. El Breve diccionario crítico etimológico del español (edición revisada de 1991), de Joan Corominas, dice que mujer viene del latín mulier y da estos derivados: mujercilla, mujerzuela, mujeriego, mujerío, mujerona y mujeruca. La lista da miedo.

María Moliner, una de mis heroínas (por cierto, esta palabra está en vías de extinción) que hasta donde entiendo es la única mujer que por cuenta propia se ha encargado de compilar un diccionario entero (salió en 1962) en castellano, y cuyo interés estaba en los usos que hacemos de las palabras, dice, otra vez entre otras cosas, que ¡Mujer! (Moliner envuelve la palabra entre signos de puntuación) es un “vocativo empleado en exclamaciones en lenguaje familiar, dirigiéndose a niñas o mujeres a las que no se les trata con respeto”. Da varios ejemplos, entre ellos: “¡Mujer… qué cosas dices (ve con más cuidado, … no digas esas cosas, … no quería decir eso, …  Acompáñame a casa)!”.

Moliner empezó a recopilar palabras en la segunda mitad de los cuarenta, un par de décadas antes de la así llamada “segunda ola feminista”. Ya para entonces ella compartía algunos de los manifiestos de esa ola. Su amigo Dámaso Alonso la impulsó a convertir su pasión en un libro que fuera útil a los demás. Ella silenciosamente insertó en sus definiciones un rechazo a las normas aceptadas de su contexto. Lo hizo sin propuestas aparatosas. Así, poco a poco y desde la sombra, es como trabajan los lexicógrafos. Su impacto es enorme porque establece los parámetros del conocimiento.

Hoy el de Moliner se conoce como Diccionario de uso del español. La edición que tengo en mi biblioteca personal ofrece una lista de variantes del empleo de la palabra mujer. Por ejemplo, “mujer de la calle”, “mujer pública”, “mujer fatal”, “mujer objeto” y “de mujer a mujer”. Estas variantes dan muestra de la dosis de subjetividad que inyectamos en la palabra. Reconocer su veracidad es comprobar que hay pocas palabras neutrales.

Seguí luego en mi búsqueda con el Diccionario de autoridades, que fue hecho entre 1726 y 1739. Este lexicón sirvió de base en la redacción del Diccionario de la Lengua Española. El de Autoridades anuncia que muger (hasta el siglo XIX la palabra se escribía con g) “se entiende regularmente a la que está casada con relación al marido”.

Dice que muger de la casa es “la que tiene gobierno y disposición para mandar y ejecutar las cosas que le pertenecen y cuida de su hacienda y familia con mucha exactitud y diligencia”. El mensaje es inconfundible: la mujer es esposa y regente doméstica.

De allí, lo que encontré fue, como decía Cantinflas, “de mal en pior”. El primer diccionario importante en nuestra lengua es el Tesoro de la lengua castellana o española, de Sebastián de Covarrubias, que fue auspiciado por el Santo Oficio de la Inquisición y apareció en 1611. Esta es una fecha relevante porque está entre la aparición de la primera y la segunda parte del Quijote, la obra cumbre de la hispanidad renacentista.

Allí hallé un párrafo largo y laberíntico que no alcanza a compactarse. Entre otras cosas — y aunque usted no lo crea — dice que muger es “tormento de la casa, naufragio del hombre, embarazo del sosiego, cautiverio de la vida, daño continuo, disfrazado veneno y mal necesario”.

Más que una definición, la de Covarrubias es un exabrupto misógino. Claro que en su época la actitud general ante las mujeres era la de verlas y tratarlas como seres inferiores. Hacia 1680, unos setenta años después, sor Juana Inés de La Cruz, la monja poeta, escribía en México sobre los “hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis”.

Mi experimento fue a la vez asombroso y revelador. Los diccionarios son depósitos de la memoria colectiva. Un recorrido a través de ellos es un viaje en el tiempo. Sirve para percatarse de que las palabras que usamos a diario son más que meros vocablos. Guardan secretos históricos. Este ir y venir me hizo pensar en la “Oda al diccionario” de Pablo Neruda, acaso uno de los poemas más hermosos que conozco:

Diccionario, no eres tumba, sepulcro, féretro, túmulo, mausoleo, sino preservación, fuego escondido, plantación de rubíes, perpetuidad viviente de la esencia, granero del idioma.

Tomado de: